miércoles, 26 de octubre de 2011

LA HISTORIA INMORTAL, de Isak Dinesen


EXISTENCIA, REALIDAD Y VERDAD

Un árbol existe. La realidad árbol es algo que el ser humano construye. La realidad es la forma humana de relacionarse con lo existente. Cuando pensamos o decimos una palabra construimos una realidad. Cuando pensamos o decimos una frase construimos el sentido de una realidad, ordenamos la existencia, la hacemos humana, la hacemos accesible, creamos un orden de relación con ella.

Las palabras son de todos, ese precisamente es el valor que tienen, que son de todos, que todos las constituimos y todos estamos constituidos por ellos. No es extraño que los poderosos se quieran apoderar de ellas. No es extraño que estos y sus escribientes nos las quieran robar. No es extraño, por tanto, que lo haga el señor Clay. Existe esa tentación y existe una estructura social que favorece esa apropiación y manipulación de las palabras de todos. Esa es precisamente la historia de la humanidad, la de un combate por la propiedad y el uso interesado de la palabras comunes. Donde la fe irreductible en las palabras se ha impuesto, casi siempre, al pensamiento sobre las mismas. ¿Qué diferencia hay entre tener fe en las palabras y pensar sobre las palabras? La misma que hay entre la fascinación y la crítica.

¿Que pinta la literatura en esta interminable lucha? Impedir que los poderosos y sus escribientes nos roben las palabras. Dar cabida y proteger a las palabras, a todas las palabras, que es nuestro patrimonio. Y donde se esconde, como seres hablantes que somos, una parte muy importante de nuestra verdad. La que buscamos durante toda la vida, desde la cuna hasta la tumba. La literatura es un tiempo y un campo de acción muy relevante para esa búsqueda.

Existencia, realidad y verdad. La actividad lectora se complica.

La única verdad indiscutible de la existencia del árbol es que es perecedera, mortal. Es la verdad de la naturaleza orgánica. La verdad de la realidad árbol es que es inmortal, mientras haya alguien que lo lea o lo mire. Es la verdad de la naturaleza narradora del ser humano. La que puede transcender con sus relatos a su naturaleza orgánica. Esa es la gran paradoja de la literatura, que siendo inútil desde el punto de vista contable, nos permite ser inmortales con nuestras historias y las de los otros.

El señor Clay, como todos los poderosos, con la ayuda inestimable de su escribiente a sueldo, quiere apoderarse de las palabras de todos. Para ello piensa que su poder le permite juntar existencia y realidad, en una única y definitiva verdad. La gran locura de los poderosos, y sus escribientes.

El marinero y la damisela son protagonistas efímeros de la historia y beneficiarios materiales de la locura del señor Clay. Representan el cruce de caminos donde existencia y realidad se encuentran. Y donde la verdad se juega su inmortalidad. No pueden escribir sobre lo que han vivido (lo que tiene de físico su encuentro sexual), pero si sobre lo que han hecho con lo que han vivido (lo que tiene que ver con el sentir y con el sentido de ese encuentro). Pero, ay, el marinero quiere comprarse un barco con las cinco guineas que le ha dado el señor Clay. Y la damisela no quiere contar historias, quiere al marinero.

El escribiente es el que mejor entiende lo que esta pasando. Sabe que el propósito de su señor acabará en el mismo momento de su muerte, como su poder. Es perecedero, mortal, como su trabajo de escribiente, que perderá. Pero ha aprendido algo muy interesante, que podrá iniciar una nueva vida como escritor. Muerto de hambre, tal vez, pero con la posibilidad de llegar a ser inmortal. Como las historias que escriba.